Desde que leímos este artículo, al que llegamos gracias de
nuevo a una entrada de La Enfermería frente al Espejo, teníamos ganas de escribir
este post.
La cuestión era encontrar el momento. Y aunque en una unidad
de hospitalización de Medicina Interna de un hospital de nivel III como la
nuestra convivimos con el final de la vida casi a diario, el momento llegó, paradojas
de la vida (o de la muerte dado el caso) por una cuestión de gestión.
Y es que resulta que uno de los objetivos de nuestra unidad
para el 2011 (tema este de los objetivos y la productividad del que hablaremos
en breve) consistía en asegurar el registro en la historia clínica del paciente
de su situación de terminalidad para así cumplir con los preceptos de la Ley,
pionera en España, de Derechos y Garantías de la Dignidad de la Persona en el
Proceso de la Muerte.
Vamos… para evitar en lo posible el empecinamiento
diagnóstico y/o terapéutico.
Y resulta que, en la mayoría de los casos de terminalidad, para la enfermería de la unidad (ya lo dijimos
en agosto), cosas de la vida, no
solo no se cumple con la Ley sino que, objetiva y obstinadamente se produce tal
empecinamiento.
Porque así es exactamente como se llama a la situación en la
que a un paciente con pronóstico de muerte en menos de 48 horas, lejos de cogerle
la mano, acompañarlo y dejarlo ir como dice el artículo inicial, se le somete a
toda clase de pruebas cruentas (gasometrías, hemocultivos, endoscopias…),
canalizaciones venosas periféricas o centrales para administración intravenosa
de toda clase de productos, todo con el único fín de ganarle suficientes horas
a la muerte para que nadie diga que yo, como médico, no lo he intentado hasta
el final.
Y esto, que podríamos pensar que es un problema solo del
hospital de La Línea, solo de Andalucía o solo de España… resulta que es lo más
normal del mundo.
Y para comprobarlo (al más puro estilo Pilidorita) os
invitamos a ver Wit, una maravillosa película de Emma Thomson, que hace un
enorme papel, que nos muestra con ironica realidad las vivencias de una
paciente con cáncer terminal y los roles que jugamos los profesionales
sanitarios. Imprescindible la conversación con la enfermera Susi sobre el
minuto 59.
Y alguien se preguntará... ¿qué pasó con el objetivo?
Pues que aunque sabemos que no se cumple, como nadie pensó en
donde debía registrarse el concepto de terminalidad para poder comprobar su
cumplimiento, alguien del equipo directivo ha decidido dar ese objetivo como
cumplido. Cosas de la vida…
Y voy a ser radical:
ResponderEliminarDebería ser obligatorio en cualquier carrera relacionada con los seres humanos y su salud una asignatura llamada "la muerte", trabajar con ese miedo es absolutamente imprescindible, primero por el sufrimiento absurdo que genera ese miedo y, segundo por las cantidades ingentes de dinero que se utilizan par evitar lo inevitable, la muerte.
Sois valientes. Amigos.
ResponderEliminarAdemás de que apoyo 100% lo que escribís. Un beso.
Peliculón! Recuerdo haberlo visto en La 2, hace como 6 o 7 años, y me encantó. Además, en esa época estaba entrando en el mundo de los Cuidados Paliativos, y me estaba sensibilizando. Refrendo y comparto completamente tu post. He trabajado en muchas unidades, y puedo atestiguar que el tratamiento del paciente terminal deja muchísimo que desear, por no decir que en algunos casos se puede considerar tortura sin ningún género de dudas. Yo he visto hacer al cirujano curas abdominales tremendamente cruentas a un paciente que falleció por la tarde con su Nutrición Parenteral puesta. Cambiar esto tiene que ser una prioridad.
ResponderEliminarChapeau! Como siempre que tratáis este tema estoy de acuerdo con vosotros.
ResponderEliminarComo ya os dije en su momento, la frase final del post de agosto es perfecta: "cuidados paliativos no es acortar deliberadamente la vida del enfermo, ni tampoco alargar innecesariamente su agonía" Algunos se la deberían grabar a fuego.
Un beso y gracias por la mención, deseando ver esa película ya.