jueves, 14 de julio de 2016

El laberinto enfermero del Fauno





Ayer fue un dia muy intenso en redes sociales.

La noticia, publicada en La Opinión de Málaga, de que una enfermera había renunciado a su contrato tras tener una crisis de ansiedad al tener que atender sola a 30 pacientes en su primera noche de trabajo, y que, además, la habían sancionado por ello, generó un enorme revuelo en Facebook (más de 16000 likes solo en la noticia original) y una enorme conversación, con cientos de tuits, retuits e impresiones, en Twitter.

Toda la indignación y la ira señalaron rápidamente al contratante (en este caso el Servicio Andaluz de Salud aunque podría haber sido cualquier otro servicio autonómico de salud).

Se hablaba continuamente de  maltrato, de motivación, de recursos humanos, de compromiso y, como es lógico, de recortes.

Todas las tintas cargaban sobre el mismo sitio...

Partiendo de la base de que no somos sospechosos de defender a nuestra organización cuando hace tropelías, por eso hace poco más de un mes ya comentamos que la cuerda se podía partir en Castillo de Naipes, y sin restar ni un poco de responsabilidad tanto al contratante (el Servicio Andaluz de Salud) como al gestor (en este caso la Dirección de Enfermería del Hospital Clínico de Málaga), que la tienen y mucha al dejar a una enfermera novel asumiendo esa responsabilidad (puede que excesiva) sin sentirse ni estar preparada... creo que quedarnos solo en eso es no ver más allá. Es quedarnos en la espuma sin querer profundizar hasta el verdadero origen de esta situación.

Nos podemos quedar en los recortes, en lo mal que nos tratan a los trabajadores públicos, en la inseguridad para los pacientes, incluso en los injustas que son las sanciones de las bolsas de contratación. La lista puede ser interminable. Pero es quedarnos en la superficie.

Para mí, lo verdaderamente importante es que ni siquiera sabemos a ciencia cierta si 30 pacientes para una sola enfermera en el turno de noche son muchos o pocos, aunque todos tengamos la sensación de que son demasiados. 

Mientras que en los países anglosajones y nórdicos, las enfermeras llevan años estudiando la relación entre complejidad de los cuidados, la organización, las cargas de trabajo o el número de enfermeras con la calidad, la satisfacción, la seguridad del paciente o la mortalidad, nosotros seguimos anclados en plantillas, organigramas y turnos de hace decenios.

De aquel paradigmático artículo de The Lancet que decía que "a menos enfermeras, más mortalidad" ni hablamos. Mientras nuestro vecino Portugal, ese al que a veces consideramos pobre, tiene decreto de plantillas con ratios y un sistema de mentoring establecido, nosotros seguimos planteandonos abrir nuevos hospitales manteniendo las plantillas, los turnos y la estructuras sin tener en cuenta la influencia que puede tener pasar de habitaciones triples a individuales.

Por eso, es muy posible que los enfermeros habituales de la unidad de la noticia lleven años atendiendo a 30 pacientes en los turnos de noche sin que haya apenas trascendido más allá de algún escrito sindical (generalmente provocados por algún hecho puntual y alguna queja personal canalizada de esa manera).

Por tanto, lo verdaderamente importante es preguntarse que han estado haciendo todos estos años nuestros gestores (sobre el papel los más preparados), nuestros docentes universitarios (sobre el papel los que deben preparar a las generaciones futuras) o nuestros investigadores (sobre el papel los que deberían generar las evidencias científicas que sustenten las decisiones de los primeros o los contenidos de los programas formativos de los segundos) para no estemos hablando de las mismas cosas que nuestras compañeras americanas, inglesas o noruegas y para que aun no tengamos ratios consensuados (ya no digamos adecuados a las cargas o a las características de los pacientes) o programas de mentorización para enfermeras noveles (como proponía aquella interesantísima iniciativa "Con L de Enfermería").

En definitiva, volvemos como colectivo a pensar que nuestros males vienen siempre de fuera (la fatalidad, el techo de cristal, las decisiones políticas, la mafia colegial o el complejo de inferioridad patológico, etc...) sin querer nunca admitir nuestra propia cuota de responsabilidad.

Y así, nunca encontraremos la salida a nuestro propio laberinto.




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