Soy de la promoción del 95 por lo que ya hace más de 20 años que terminé la
carrera. Empiezo a ser lo que se conoce como una vieja enfermera vieja (que no
es lo mismo que una enfermera vieja).
Para ser justo, en estos más de 20 años, algunas cosas han cambiado o muestran
atisbos de que pueden cambiar: Bolonia, el grado y el acceso al doctorado; la
prescripción o, al menos, su debate; el acceso, aunque sea precario, a puestos
de gestión; el reconocimiento, aunque a veces pueda parecer anecdótico, a algunas
enfermeras.
En la mayoría de estos casos hemos hecho poco como colectivo para que pasen
y han sido más por imposiciones externas, por una oportunidad económica o por
la realidad social.
Pero hay otras muchas cosas que apenas han cambiado, no han cambiado nada o
ni siquiera se debaten: La impenitente oligarquía de las élites universitarias
y colegiales (si a éstas se les puede llamar élites sin sonrojarse), la escasísima
presencia de enfermeras en los órganos de decisión de los diferentes servicios
de salud, la violencia horizontal instigada en muchos casos desde las
estructuras intermedias de gestión, la irreconciliable distancia y asincronía
entre la realidad académica, la carrera profesional (léase especialidades y su
escuálido desarrollo) y la realidad laboral y así un infinito etcétera.
Por este motivo, aunque la mayoría de las conversaciones de enfermeras con
enfermeras siguen siendo de cosas del diario de cada control de enfermería,
cada vez hay más conversaciones, no solo en la red, que plantean la necesidad
de hacer un debate profundo sobre la profesión, un debate sin cortapisas donde
participen todos los actores posibles y desde todos los ámbitos de nuestro
amplio espectro profesional para tratar de actualizar la enfermería española.
Una especie de congreso refundacional.
Pero yo quiero ir más allá. Yo creo que, llegados a este punto, y siguiendo
la propuesta contracultural de este FanZine, lo que habría que hacer es,
utilizando terminología informática, “un restaurado a modo fábrica”. Una
especie de volver a empezar de cero. Una especie de reinvención, un reinicio
que nos permitiera generar nuevos sustentos ideológicos, políticos y
filosóficos mucho más cercanos a la realidad del mundo del siglo XXI y que, a
su vez, nos permitieran generar nuevos referentes en todos los ámbitos.
Obviamente, si la primera opción es casi imposible en el panorama laboral,
territorial y sociopolítico de la enfermería española, la segunda opción no es
más que una ensoñación.
Así que, defenestradas las dos opciones sensatas, solo nos queda tratar de
arreglar la profesión vendiendo nuestras almas al diablo.
Quitémonos las cofias, los mandiles y todo lo blanco, puro y divino de
nuestros cuasimonacales uniformes para lanzarnos con los brazos abiertos al
averno.
Nadie va a discutir que Florence Nightingale, Virginia Henderson, Dorothea
Orem, Marta Rogers o Marjory Gordon son, de una manera o de otra, madres de la
enfermería que hoy conocemos, pero todas ellas nacieron y ejercieron en un
tiempo muy distinto a los actuales. Así que nada mejor que utilizar todas
aquellas imágenes en blanco y negro que aún usamos para sustentar los pilares filosóficos
de nuestra profesión para hacer una enorme hoguera purificadora.
Hagamos un enorme Akelarre simbólico que sirva para expiar nuestros
veniales (o no tan veniales) pecados pasados con banquete y orgia incluidos…
solo hacemos falta unas pocas brujas y, de esas, no faltan en esta bendita
profesión.
Es posible que al amanecer el mundo haya cambiado para mejor: que al fin
nos reconozcan como una profesión imprescindible en los sistemas sanitarios;
que nuestras élites sean eso, las élites o que nuestro crecimiento académico y
competencial vaya ligado al crecimiento laboral y profesional…
También es posible que no… pero ¡y lo bien que lo habríamos pasado!
Siempre podemos pensar que lo que hay que hace es ir a Zugarramurdi para
que tenga efecto ¿quién se apunta al próximo Akelarre Enfermero?