De un tiempo a esta parte estamos viviendo una situación extraordinariamente incómoda.
Muchos hablan de que la Atención Primaria está atravesando una especie de travesía por el desierto, condenada a un injusto papel secundario pese a su indiscutible papel de "gatekeer" para el sistema (esta entrada de Sergio Minué lo explica a la perfección) o aunque muchos expertos la consideren parte fundamental para afrontar los futuros retos a través de la integración de servicios.
Pero nosotros estamos convencidos, aunque la mayoría se empeñe en no verlo, de que el verdadero modelo que está atravesando un pésimo (por no decir terrorífico) momento es el hospitalocentrista .
Los hospitales españoles, lejos de ser una máquina engrasada que funciona como un todo, funcionan a dos velocidades.
Por un lado está la parte ocupada de la producción masiva, de la factoría, de cumplir los compromisos políticos de demoras, de esperas quirúrgicas, de primeras visitas, de pruebas complementarias. Compromisos que deben cumplirse si o si y que generan quirófanos en horario de tarde, nuevas consultas extras y actividad extraordinaria cada vez que se aproxima la fecha de corte.
Y por otro lado está la parte ocupada de dar soporte a toda esa maquinaria. De las plantas de hospitalización, de las urgencias, de que los quirófanos funcionen correctamente, de que las estancias no se prolonguen, de la prevención de los efectos adversos asociados a la hospitalización, de la conciliación o de la seguridad del paciente.
El problema es que, mientras la primera funciona en base a una demanda incesante (cuando no extraordinariamente exigente) pero dopada con incentivos, pagos complementarios o continuidades asistenciales que parecen no tener techo presupuestario, la segunda funciona con la plantilla ordinaria del centro, una plantilla cada vez más mermada por el férreo control del capítulo I, la exigua tasa de reposición de las jubilaciones (las enfermeras se jubilan en su edad), la no cobertura de reducciones de jornadas por guarda legal (derecho consolidado de cualquier trabajador público) o la paupérrima cobertura de las incapacidades temporales y a la que, además, se le exige dedicación, compromiso, (la tan manida) corresponsabilidad y algún que otro doblaje/desfase (aun a riesgo de terminar enfermando).
Una asincronía de velocidades que exige una tremenda imaginación y capacidad para reorganizar los recursos de los gestores honestos, que saca lo peor (mentiras, promesas incumplidas, amenazas veladas y otras lindezas) de los menos honestos y que obliga a los profesionales a un enorme esfuerzo, pero que apenas se nota en el día a día y, menos aún, en la lejanía de los despachos. Esta carta de una enfermera, que se hizo viral hace un par de años, explica perfectamente esta situación.
Pero que no se note no significa que exista.
Ya hablamos de esto hace dos años en "las gallinas que entran por las que salen" pensando que con el fin de la crisis se solucionaría, sin embargo parece que empeora con constantes noticias de centros hospitalarios donde la enfermería dice no poder más o, como en el reciente caso del Hospital de Fuenteventura, directamete es la dirección de enfermería la que dimite en bloque diciendo alto y claro que, de seguir así, estamos poniendo en riesgo a los pacientes. De la mortalidad y del número de enfermeras ni hablamos.
Y esto es así porque el problema no estaba en la crisis (que no fue más que una coartada para dar una vuelta de tuerca), el problema está en el propio sistema.
Los que en su día decidimos asumir la responsabilidad de gestionar un grupo humano no podemos caer en la trampa de los malos gestores, de mirar para otro lado o de seguir siendo cómplices mudos de una situación que solo tiene dos soluciones posibles: adaptar las plantillas (indefectiblemente aumentándolas y reorganizándolas) a las carteras de servicio y a los compromisos políticos (de demoras, de respuesta quirúrgica, de pruebas complementarias, etc.) o adaptar estas carteras de servicio y los compromisos políticos a la capacidad de respuesta real de plantillas que realmente tenemos en cada centro.
Nos sobran profetas y hacen falta +revolucionarios q cuenten las cosas como son, no como quieren oírlas los q mandan pic.twitter.com/Kuyut3M1r0— Jose Luis Poveda (@joseluis_pa) 29 de mayo de 2016
Ojalá haya algún gestor sanitario que nos escuche, como decían recientemente en Cuidando.es, y se dé cuenta de que, de algún modo, nos estamos haciendo continuamente trampas en una especie de solitario vertical, autoengañándonos pensando que nada pasará (porque afortunadamente nunca pasa nada) aunque, en realidad, estamos a tan solo una carta de que se nos caiga el castillo de naipes encima.
Pues la Atencion Primaria va marcha atras, no te digo mas....
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