lunes, 12 de marzo de 2018

Se nos rompió el amor



Eran primos hermanos pero llevaban décadas rivalizando y compitiendo. Vecinos obligados a entenderse pero que cuyas circunstancias los alejaban en vez de acercarlos.

Corría el verano de 2002 cuando alguien pensó que la unión era la mejor forma de acabar con todo eso. En diciembre de 2002 se formalizó la unión, un matrimonio de conveniencia que serviría para poner paz y forjar un futuro mejor para todos, al menos en teoría.

Desde entonces, como en todos los matrimonios, la unión ha tenido sus altibajos, su periodos intensos y sus distanciamientos. Incluso, en 2009, tuvieron que acudir a un asesor matrimonial (la mismísima Cámara de Cuentas) que dos años más tarde puso negro sobre blanco qué cosas había que mejorar para garantizar el futuro de la unión.

Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. Lejos de hacer caso a las recomendaciones del informe, la dinámica de la relación fue alejándolos cada vez más. Una de las partes aspiraba a más y crecía artificiosamente a costa de la otra parte que, a duras penas, se conformaba con sobrevivir.

La promesa de una flamante casa nueva sirvió para calmar los ánimos una temporada pero, al tiempo, ha sido la razón de que todo saltara por los aires.

Una parte se encargaba de pensar a lo grande, de pensar en el piso de la playa o en un coche nuevo mientras que la otra luchaba por mantener la casa en orden.

Una parte aprovechaba las ventajas de la unión mientras la otra, cada día, sentía como se consumía poco a poco.

Un matrimonio forjado en un despacho que nunca llegó a ser tal. Hoy, quince años más tarde, nadie puede decir sin sonrojarse que el matrimonio haya funcionado. 

Así que, como en todos los matrimonios que no funcionan, no quedó otra que plantear un divorcio. Y así se planteó el verano pasadoLos artífices de la union aceptaron públicamente que si no había amor para que seguir con el matrimonio y se comprometieron a que la separación fuera lo menos traumática posible para las dos partes.

Incluso escribimos un post para explicar por qué se había llegado hasta aquí y qué podría pasar en el futuro si todo se hacia sin estridencias. Lo fácil era dividirlo todo en dos partes dejando intactas aquellas cosas que no era necesario romper.

Pero como en casi todos los divorcios, nada es fácil. Siempre hay uno que gana (el que perdía) y otro que pierde (el que ganaba), siempre hay uno que quiere divorciarse (el que perdía) y otro que no quiere (el que ganaba), siempre hay uno que no se conforma (el que antes tenia más) y otro que quiere acabar ya (el que tenia menos).

Han pasado los meses y lo que se aceptó en verano deja de aceptarse en invierno para volver a empezar. Y lo que podría haber sido una separación pactada y acordada termina siendo un divorcio traumático, cargado de tiranteces y viejos rencores, en el que se exageran las razones en uno y otro sentido, donde se usa a la prole (en este caso la atención primaria o la cartera de servicios) como moneda de cambio, donde hacen falta abogados (lease sindicatos) y donde la familia (lease partidos políticos e incluso los alcaldes de la zona) termina tomando parte interesada de algo que podría haberse arreglado en la intimidad de la unión.

En estas estamos ahora mismo... con una separación bloqueada por una parte y con otra parte que insiste que así no vamos a ninguna parte y donde lo único claro es que se nos rompió el amor, como en la canción, de tanto usarlo (aunque posiblemente de sea de usarlo muy poco).

Lo malo es que mientras tanto, tenemos un hospital a medio abrir.


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