martes, 4 de noviembre de 2014

LET IT GO


Aunque el germen de lo que empezó en una conversación tuitera y terminó siendo una campaña viral reclamando más visibilidad para una parte del equipo sanitario (fundamentalmente las enfermeras) aun se está madurando (y pronto verá la luz en enfermeriavisible.es), las últimas declaraciones del que dice ser nuestro "máximo" representante (no sé si es peor ésta o ésta) hacen necesaria una pequeña explicación para propios y extraños.

Es evidente que ya no somos aquel oficio servil y sirviente de finales de los setenta y principios de los ochenta. Ya no le ponemos la bata o los guantes a nadie. Ya no preparamos el café a nadie. Ya no le rellenamos las recetas a nadie (o, al menos, no deberíamos hacerlo). Y aunque nos sigan juzgando por unas normas que piensan que esto sigue siendo así, utilizar el victimismo no tiene mucho sentido. 

Es evidente que, aunque la vocación (como en otras profesiones sanitarias) es una de nuestras señas, ya no es central en nuestra identidad. Nos hemos convertido en una profesión sanitaria con un cuerpo propio de conocimientos y un cometido claro e independiente: cuidar, lo que no quita que participemos activamente en el proceloso y complejo proceso de curar (al igual que los demás también participan en el proceso de cuidar).

Es evidente también que, en condiciones ideales, lo mejor es el trabajo en equipo. Obviamente, en estas condiciones lo mejor, como bien reclaman Serafín y Ana de Pablo en sus post (aquí y aquí), sería que todas las partes del puzzle encajaran. Coincido plenamente con el fondo y lo que defienden. Pero no siempre se dan las condiciones ideales.

Es más, lo más habitual es que no se dan esas condiciones ideales. Es demasiado frecuente que no se den esas condiciones ideales.

Esta campaña no fue más que un "basta ya".  Posiblemente más un reclamo hacia las tripas de la profesión que hacia aquellos que se han sentido señalados. Aunque también una llamada de atención a esos que sacralizan el trabajo en equipo pero desde una posición predominante e inamovible. Una reclamación hacia muchas enfermeras de trinchera que están cómodas en el anonimato pero también una reclamación a los medios que buscan el efectismo de una foto donde falta una parte (para todos) fundamental del equipo. 

El problema es que muchas enfermeras, posiblemente las más jóvenes y activas (y por qué no decirlo, también bastante preparadas) están hartas.

Hartas de tener un poder enorme pero tener que mantenerlo oculto por el bien de todos, por la armonía del sistema. 

Hartas de ser la profesión más numerosa de nuestro sistema sanitario y no estar sentadas en los sitios donde se toman las decisiones importantes para todo el sistema. 

Hartas de ser muy bien consideradas por los pacientes (las encuestas de satisfacción están ahí) pero que les sigan llamando muchacha o niña (no hace falta contraponerlo con el tratamiento que reciben otras profesiones).

Hartas de ser una profesión universitaria desde hace más de 30 años pero que, a diario, y desde cualquier estamento o medio, se les siga llamando ATS.

No es una cuestión de ir contra nadie sino de reclamar lo que consideramos justo. No es revanchismo, ni victimismo ni siquiera separatismo. 

Y llegados a este punto me acuerdo de mi hija Vera y de una película de Disney que ve una y otra vez. Me acuerdo del momento en el que Elsa, la protagonista de Frozen, harta de no poder ser quien de verdad es, de tener que conciliar entre todos los demás , de no poder mostrar sus capacidades, de hacer un papel, de ser obediente, explota en la oscarizada canción "Let it go". 

En definitiva harta.  

Al igual que ella, es el momento de que la enfermería lo deje salir. Queremos que salga todo ese hartazgo. No queremos seguir en la sombra. 


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